martes, abril 10, 2007

Dia 6

La independencia se me ha manifestado en una calle.

Es así como después de darle la última mirada a mi paraiso pasajero me encuentro, nuevamente con mis compañeros de viaje, quienes tendrán la amabilidad de acercarme a Málaga. De allí iré a visitar a Luigy, quien vive en Almuñécar desde hace 4 meses con Antonio, una persona increíble. El camino hasta Málaga es complicado por la incompatibilidad de caracteres que se presenta en el coche, pero después de pasar Marbella, Fuengirola y Torremolinos a vuelo de águila – de lo cual me hubiese gustado tener más tiempo, pero ajá, hay que aprovechar el chance- llego a Málaga, la tierra de Antonio Banderas. Y lo que más me sorprende es la amabilidad y simpatía de los malagueños. Antes de bajarme del carro Tha hizo el conjuro de mi destino por venir: “Oye Fran, yo creo que el Geohrge se va a encontrar la mejor playa de todas las que hemos visitado”. Decidí dejar la maleta en la estación de RENFE y me sorprendió su sofisticación. Me fui a la estación de buses y allí compré mi tiquete para Almuñécar para más tarde. Con mapa en mano me dirigí al centro histórico y me encantó la ciudad; organizada, con un clima fantástico y con un servicio de trasnporte muy eficiente. La catedral de Málaga es una construcción impresionante de una manzana de extensión, construída en piedra y rodeada de callecitas repletas de cafés y restaurantes. Me impresionó pasar por la vía donde hacen las procesiones porque tienen aproximadamente a una docena de personas brillando el piso por donde pasarán, porque la mayoría de las calles de Málaga están hechas de mármol. Increíble. Me quedé con ganas de ir al museo Picasso y a una fortaleza que hay en una montaña al lado del centro pero era hora de regresar a la estación y tomar el bus.



El camino a Almuñécar era como una serpiente descansando a lo largo de la costa mediterránea.


Y al llegar, estaba Luigy con su amigo Antonio. Fuimos a su casa y me acomodé. De allí salimos a dar una vuelta por la costa y a tomar fotos. Que increíble el clima y la gente. Muy simpáticos todos.

Subimos a una torre donde se contemplaba toda la playa de San Cristóbal. El atardecer fue mágico. Llegamos a casa después de una cómoda promenade por las playas y nos dispusimos a cenar. Luego, de hablar y cotillear me instalaron en la planta alta.



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